Historia

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Hasta hace sólo unas décadas el conocimiento de la historia de Castilblanco de los Arroyos se limitaba a algunos episodios excepcionales, como las visitas reales o de personajes ilustres; en los últimos años, no obstante, se ha emprendido un notable esfuerzo por ilustrar y conocer el pasado de esta población a través de actividades arqueológicas, investigaciones históricas y publicaciones periódicas, que ha comenzado a dar importantes frutos.

Las etapas más remotas de su historia han podido conocerse a través de las intervenciones arqueológicas. Así, a la Prehistoria pueden remontarse algunos hallazgos de material lítico disperso en algunas zonas de cierta extensión, en las proximidades de arroyos o cursos de agua, donde su presencia puede relacionarse con el desarrollo de actividades cinegéticas, y en el emplazamiento de Cerro del Moro donde se localizan los hallazgos más antiguos. A la cultura megalítica se adscribe el denominado Túmulo del Acueducto, localizado en la zona de afección del embalse de Melonares, constituyendo el monumento prehistórico más destacado del término; por último se localizaron los restos cerámicos más antiguos, elaborados a mano, en el citado yacimiento de Cerro del Moro, ocupado durante la Prehistoria Reciente.

Son más abundantes las noticias sobre la Protohistoria, momento en el que la comarca se ha consolidado como zona de tránsito entre el Valle del Guadalquivir y las regiones situadas más al Norte. Con datación turdetana se han documentado varios yacimientos situados en altura, con claros valores estratégicos, como El Castillejo  y Cerro Cebrón, y otros pequeños establecimientos destinados a la explotación agropecuaria, reocupados posteriormente en época romana.

Los datos sobre la zona se multiplican con la llegada de Roma. Se cuenta con una treintena de asentamientos y dos necrópolis datadas en época romana, o con fases de ocupación en este periodo, se emplazan en laderas y colinas de mediana altitud, próximas a arroyos o fuentes, y rodeados de promontorios de mayor altura que le restan visibilidad. A estos restos se suma la noticia, recogida por Tomás López en su Diccionario Geográfico de Andalucía (1786), de la existencia de una inscripción romana votiva dedicada a la diosa Proserpina, conservada en la desaparecida ermita de la Magdalena.

En esta nueva etapa histórica el carácter de vía natural de la zona explica la consolidación en ella de una importante vía romana que unía Emérita, capital de la provincia de Lusitania, con Hispalis. Conocida por los Itineraria imperiales -el Itinerario de Antonino y la Cosmographia o Anónimo de Ravena-, la vía fue acondicionada a mediados del s. II d.C. por el emperador Adriano, probablemente aprovechando un camino más antiguo. En su t razado partía desde Italica hacia Mons Mariorum, identificado por los historiadores con las canteras de mármol de Los Covachos en Almadén de la Plata, cruzando el extremo occidental del término de Castilblanco en sentido Sur-Norte. En la Cosmographia se cita entre Itálica y Curiga la ciudad de Ilipa (Alcalá del Río), implicando algunos cambios significativos en el trazado. A partir de los restos arqueológicos y la documentación medieval se han propuesto dos teorías acerca del trazado de la vía. Una de ellas reproduce el recorrido de la actual carretera nacional N-630, aunque tiene que incluir una desviación al Este para cruzar el Ribera de Cala y alcanzar las canteras de mármol de Almadén de la Plata. A esta se sumaría una vía secundaria que enlazaría con Cantillana, la antigua Naeva, de donde procedía uno de los miliarios. La unión de ambas rutas se produciría al Norte del término de Castilblanco, aproximadamente a la altura del Cortijo de Décima. Una segunda teoría apunta que el recorrido de la vía correspondería al tradicional Camino de la Plata, ruta bien documentada desde época medieval y que puede tener un origen mucho más remoto. Este itinerario evitaría el paso por la Ribera de Huelva, dejando al Oeste la Ribera de Cala, y aprovecharía la divisoria de aguas entre este curso de agua y el río Viar para franquear las primeras estribaciones de Sierra Morena. Es el recorrido más apto para el transporte de mercancías y el paso de contingentes militares, finalidad primordial de dichas infraestructuras.

Debemos reseñar por último el hallazgo de una necrópolis tardorromana en la Dehesa de Cañajoso de Guzmán, descubierta de manera fortuita en 1989. La necrópolis está compuesta por una docena de sepulturas, excavadas en fosas y recubiertas de losas donde los cadáveres fueron depositados con un modesto ajuar en el que destaca la presencia de jarritas de cuidada factura, dos de las cuales fueron depositadas por su descubridor en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla.

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El Topónimo de Castilblanco de los Arroyos 22,64 KB

La época medieval supone para Castilblanco su definitiva incorporación a la Historia con nombre propio. Sobre la ocupación musulmana de la región, los documentos conservados son fragmentarios, por lo que la utilización de fuentes arqueológicas es cada vez más decisiva. Es muy probable que los ejércitos de M?sà, su hijo `Abd al-Aziz y el emir almorávide Y?suf Ibn T?šuf?n utilizaran en sus incursiones la vieja ruta romana que atravesaba el término de Castilblanco, máxime cuando la estructura inicial del viario andalusí es herencia de época romana y visigoda.

Respecto a las poblaciones asentadas en estas tierras, debieron permanecer en ellas grupos mozárabes, que aprovechan el aislamiento de la zona para perpetuar sus formas de vida tradicionales. Huellas de estas gentes han permanecido en algunos elementos arqueológicos y, especialmente, en la toponimia. De entre los pobladores musulmanes, son los beréberes quienes se instalan preferentemente en las sierras. El modo de asentamiento de estos grupos, revelado por los trabajos arqueológicos, señala la preferencia por lugares agrestes y ubicados en alto con recintos fortificados o hisn, como puede ser el caso de El Castillejo , Cerro del Moro o Dehesa de San Benito, en el valle del Viar. Junto a estos asentamientos estratégicos, hay un segundo modelo de ocupación, más dispersa, localizada en las proximidades de arroyo y cursos de agua y destinado a la explotación agropecuaria.

Los datos más fiables se remontan a la época de la Reconquista, cuando Fernando III de Castilla lleva a cabo la ocupación de esta zona en 1247 como paso previo a la definitiva conquista de Sevilla, concluida un año después. El término de Castilblanco se integra en la circunscripción de las Sierras de Aroche y Aracena donde, salvo los amplios territorios concedidos a las órdenes militares en las zonas fronterizas, no se constatan grandes esfuerzos repobladores en la zona, por lo que se mantuvo un importante contingente de población musulmana.

En el último cuarto del siglo XIII la red de poblamiento de la Sierra se revitaliza y entre 1293 y 1315 nacen una serie de localidades nuevas, con el denominador común de nacer a los pies de una fortaleza, siendo muy verosímil que el origen de la villa de Castilblanco se sitúe en este momento en el denominado Cerro de la Malena. Esta pequeña colina dominaba el trazado del antiguo camino de Sevilla, el actual Camino del Toledillo, y a estas fechas se remontan los restos arqueológicos más antiguos localizados hasta ahora en dicho emplazamiento. La primera descripción de estas tierras se halla en el Libro de Montería de Alfonso XI, datado en la primera mitad del s. XIV, donde es citado como Castriel Blanco.

El topónimo Castriel deriva de un diminutivo mozárabe del vocablo latino castrum, término empleado en época visigoda para designar a recintos fortificados de segundo orden ubicados en lugares de control estratégico (pasos de ríos, montañas, puntos fronterizos) y construidos sobre colinas más o menos escarpadas. El segundo elemento del nombre, Blanco, aludiría a algún rasgo característico de la construcción, probablemente el color de las piedras empleadas en la edificación, de tono claro o blanquecino. No obstante, las raíces mozárabes del nombre se diluirán pronto y en 1365 se documenta por primera vez el actual nombre de Castilblanco.

El recinto o castillo mantenía una estrecha vinculación con el camino asegurando el cobro de la roda o ronda, un tributo recaudado por el Concejo de Sevilla, encargado de nombrar a los alcaides de la fortaleza. Junto al castillo se levantará un segundo edificio: la iglesia. Esta construcción, que pasará a la tradición local como ermita de la Magdalena ejercería la función de templo parroquial hasta la edificación en la segunda mitad del siglo XV o inicios del siglo XVI de la iglesia del Divino Salvador.

La documentación procedente del Cabildo sevillano nos dará a conocer la fundación de otra población en el mismo término, Puente del Viar, en el marco de las repoblaciones del s. XV. Aunque surgida por iniciativa popular en 1471, el Concejo sevillano intentó beneficiar a la nueva población, instalada en una zona de especial valor estratégico, como es el Valle del Viar y junto a uno de sus puentes. El lugar elegido, junto al nuevo puente, se encontraría en la orilla derecha del río, en término de Castilblanco, y un poco al Norte de las tierras de Cantillana. Cuando se señala término a la nueva población se hizo a costa de las tierras de El Pedroso y Castilblanco, poblaciones con las que surgen numerosos conflictos. Los problemas son especialmente graves con Castilblanco, del que dependía administrativamente. E n 1477 se tienen noticias de los problemas existentes entre ambas poblaciones. La dependencia de Castilblanco y la imposibilidad de ser autosuficientes (no se produce trigo, ni hay molinos u hornos) explican la rápida desaparición de la población de la que no se tienen noticias más allá de noviembre de 1478.

Los siglos XVI-XVIII, ya en plena época moderna, representan la etapa de mayor esplendor de la localidad. Enclavado en pleno Camino Real de Extremadura, Castilblanco será lugar de tránsito obligado de personajes ilustres, comerciantes, viajeros ilustrados y tropas. A principios del siglo XVI, en su Descripción y cosmografía de España, Hernando Colón señala que Castilblanco era un “lugar de doscientos ochenta vecinos en la syerra morena, está en una ladera de un cerro e es aldea de Sevilla”, escueta descripción que encontramos. Aún más breve es la referencia de Cervantes en su novela Las Dos Doncellas, publicada en 1613: “ Cinco leguas de la ciudad de Sevilla, está un lugar que se llama Castilblanco; y, en uno de los muchos mesones que tiene…”. Entre los ilustres viajeros se cuentan el emperador Carlos I, de paso hacia Sevilla donde se celebró su matrimonio con Isabel de Portugal e n 1526, o el futuro Gran Duque de Toscana Cosme III de Médicis, quien realizó entre los años 1668 y 1669 un largo viaje por España y Portugal, cuya crónica contiene las más antiguas ilustraciones sobre el Castel Blanco de época moderna. Para Filippo Corsini, redactor de la crónica de este viaje, se trataba literalmente de una “ tierra infeliz”, una pequeña localidad compuesta por 150 casas “ a la morisca” que vive de la ganadería y en menor medida del cultivo. En 1675 todavía era un lugar de quinientos vecinos rico en caza, miel y ganado, digno de reseñar en la Población General de España de R. Méndez de Silva.

La visita de la que contamos con más referencias es la de Felipe V y su Corte. El 2 de febrero de 1729 la comitiva, camino de Sevilla, donde se instalaría la Corte durante tres años, hizo escala en Castilblanco antes e efectuar su entrada en la capital sevillana, prevista para el día 3 de febrero. Posteriormente, en enero de 1730, el rey Felipe V, su esposa Isabel de Farnesio y la familia real, así como una larga comitiva, se trasladan a Castilblanco, donde el monarca fue agasajado con la celebración de cacerías en los ricos montes del municipio.

El Camino Real de Extremadura comenzó su decadencia hacia fines del siglo XVII y las posteriores reformas viarias emprendidas a partir de mediados de siglo XVIII se encaminaron a la creación de una red radial que unía Madrid con las principales capitales del Reino, dejando en manos de las villas y lugares cercanos el mantenimiento y preservación de los caminos. El Cabildo local no contaba con recursos para hacer frente a dichas prestaciones, lo que repercutió en una disminución del tráfico de viajeros desde la segunda mitad del siglo XVIII. La construcción del puente de El Ronquillo, concluido en 1795, sobre el Ribera de Huelva, desvió el tráfico de viajeros por aquella ruta. En las postrimerias del siglo, Carlos IV visita estas tierras, haciendo escala en El Ronquillo y frecuentando sólo Castilblanco para participar en batidas de caza.

Respecto al casco urbano, el caserío, modesto pero digno, con muros de piedra y tapial encalados, suelos de barro y cubiertas a dos aguas de tejas sostenidas por vigas de madera, cubría las necesidades de sus ocupantes, relacionadas con sus actividades agrícolas, con un corral abierto al campo en su parte trasera y una planta superior o soberao destinada a almacén. Su trama básica ya está definida en esta época remotas se datan en 1723, con referencias a algunas de sus calles Salsipuedes, Fontanilla, Ancha, Tahona, Diego Alonso, Nueva, Herrería, Plaza y Magdalena. De 1773 se conserva uno de los callejeros más completos de la villa, donde se citan las calles Real, Salsipuedes, Carrera, de la Plaza, Fontanilla, Herrería, Diego Alonso, Ancha, Nueva. Sumando a éstas, las calles ya conocidas por otros textos –Magdalena, Hospital, Atahona, Plazuela del Cascón, Santa Marta-, se constata la existencia a finales de siglo XVIII de la red urbana básica sobre la que se ha ido gestando posteriormente el núcleo urbano. A ellas habría que sumar el Camino de Sevilla, situado en la parte occidental del núcleo urbano, coincidiendo con el actual Camino del Toledillo, y su acceso, la Puerta de Sevilla, en algún punto de la actual calle Pilar Viejo.

Las calles de la localidad estaban salpicadas de edificios emblemáticos: en la zona más elevada, las ruinas del antiguo castillo y la ermita de la Magdalena; descendiendo hacia el centro del pueblo, la casa o albergue del Hospital de Santa Lucía, la Iglesia parroquial en la plaza homónima, y en la zona más baja la ermita de San Sebastián, en la loma ocupada actualmente por las calles Majal y Huerta. Extramuros se situaban las ermitas de Nuestra Señora de Escardiel y de San Benito.

Durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, con el progresivo abandono de la antigua ruta de Extremadura, la villa inicia una etapa de aislamiento y su desarrollo económico se vuelca casi exclusivamente en las explotaciones agropecuarias y forestales. El proceso desamortizador culminó los cambios sociales y políticos propiciados por el liberalismo económico. Las apropiaciones de tierras del común y la extensión de los cercados por parte de los vecinos más acaudalados supusieron para la mayoría de los vecinos su conversión en jornaleros, y favorecerá el desarrollo de la dehesa. La pérdida definitiva de los últimos bienes de Propios (Dehesa del Cortijo y Chaparral de Escardiel y Navahermosa) se produce en 1888, agudizándose desde entonces los conflictos sociales, en forma de algaradas y motines como el que tuvo lugar la noche del 7 de mayo de 1898.

Con la llegada de la industrialización, algunos inversores se interesan por la riqueza del subsuelo de Castilblanco y en 1853 se abren varias minas de carbón entre el Cerro de San Benito y el Cerro de la Marrutera. Sin embargo, los perjuicios causados al ganado y las quejas de los vecinos determinarán que el ayuntamiento deniegue nuevos permisos.

En el terreno urbanístico la localidad conocerá notables mejoras. Pascual Madoz publicó entre 1845-1850 su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, donde describe Castilblanco como villa de la provincia de Sevilla de “300 casas, 10 calles, una plaza, 3 fuentes en las afueras, pósito sin caudal efectivo por estar en deudas, sirviendo el local de cárcel; escuela de primera enseñanza para ambos sexos, dotada con 6 reales diarios; iglesia parroquial (el Salvador) servida por un cura propio de nombramiento ordinario, 2 presbíteros, sacristán, etc. (...); 2 ermitas, San Benito, distante 2 leguas al Este y la Encarnación o de Escardiel, 1/2 al Norte, ambas sin patronos, correspondientes a la jurisdicción eclesiástica”. El trazado urbano de la localidad se transforma: surgen nuevas calles y vías (Tejares, barrios de Escardiel, San Benito, San Roque), nuevos edificios públicos (Casa Consistorial, Cementerio), se instalan servicios de luz y alcantarillado y aumentan las medidas sanitarias e higiénicas. La principal obra de infraestructura emprendida en estas fechas es el camino de Sevilla. Desde 1878 se planea la construcción de una carretera, iniciada en 1886 y concluida a principios del siglo XX. La mejora de las condiciones de vida favorece el aumento demográfico, lento pero continuo a lo largo del siglo, a pesar la incidencia de las epidemias, sobre todo el cólera, especialmente virulento en 1856. Varios censos nos informan de esta evolución. De los 1.345 habitantes que daba Pascual Madoz en 1847, se pasa a 1.981 personas en el primer censo oficial del año 1857, 1.970 en 1860, 2.211 en 1877 y 2.904 en el año 1900.

A Alfonso XIII se atribuye tradicionalmente el cambio de nombre del municipio, en una visita realizada con motivo de la celebración de monterías en tierras castilblanqueñas entre los años 1914 y 1916. A partir de un comentario realizado por el monarca acerca de la abundancia de arroyos en el término se popularizó el apelativo “de los Arroyos”, pronto trasladado a los documentos. La primera mención está recogida en el Archivo Parroquial, en una defunción firmada por el párroco, D. Antonio Torrado Marín, de fecha 24 de octubre de 1916, donde la localidad aparece citada como Castilblanco de los Arroyos, topónimo que se adopta oficialmente el 1 de enero de 1917.

En el plano urbanístico se inicia la construcción de un matadero en el Coso y un puente de piedra para salvar el curso del Arroyo de las Caganchas. Otros edificios necesitarán de reparación urgente, como la iglesia parroquial, cerrada al culto en 1909, o la ermita de San Benito, restaurada por D. Vicente Moreno Domínguez en 1928, mientras se construye una Casa Cuartel para la Guardia Civil en 1921 y se inaugura el nuevo Pilar de San José en 1929.